La tradición
permanente entre los cristianos de la ciudad de Córdoba, era que en la Basílica
de los Tres Santos fueron sepultados los cuerpos de muchos mártires y más
concretamente los titulares de dicha basílica, Fausto, Januario y Marcial. Se
hicieron indagaciones en diferente época y por diversos obispos para encontrar
las tan preciadas reliquias de los Mártires, sin que diera resultado alguno,
sin embargo, se encontró un marmolillo con diferentes caracteres que nadie pudo
traducir en aquel momento, algunos argüían que procedía de la Basílica de los
Santos Mártires como consecuencia de una de sus reformas.
En el año 1575,
se hizo una gran obra en la hoy Basílica Menor de San Pedro en cuyo lugar
estuvo la basílica ya mencionada. Se sacaron de nueva construcción ocho grandes
pilares; al profundizar sobre el terreno en el lado de la epístola del arco
lateral, (según otras fuentes al pie de la torre) encontraron un sepulcro con
restos óseos, la fecha del descubrimiento fue 26 de noviembre (otros lo datan
el 21); era de piedra labrada, de unas tres varas de largo, tres cuartas de
ancho, una y media de alto, con tapa y en ésta un agujero circular como de una
tercia, dentro contenían unos quince cráneos y una gran cantidad de huesos
sueltos.
Avisado el obispo Fray Bernardo de Fresneda del hallazgo, mandó realizar las pertinentes indagaciones, en las que declararon muchos testigos. En las averiguaciones se recordó el marmolillo encontrado en su día, que en aquella fecha se encontraba en el Monasterio de los Santos Mártires y que estaba depositado en el lavadero. Se llevó dicho marmolillo y se vio que ajustaba al agujero del sepulcro, se limpio aquél quedando a la vista la siguiente inscripción, más otras que no pudieron identificarse por estar en mal estado de conservación:
“Sanctorum. Martirum. Xpti. Jesu Fausti et Martiais Aciscli. Zoili.”
Con este dato el obispo dispuso recoger todos los restos óseos depositándolos en un arca de tres llaves y que esta fuera custodiada en la capilla de Santa Lucía, mandando que nadie osara tocarla, e igualmente ordenó fueran restituidas las reliquias que se hubiesen llevado, como así sucedió, a excepción de un cráneo que estuvo perdido hasta 1616.
He aquí, por qué el 26 de noviembre de cada año se mantuvo durante siglos el solemne desfile procesional de los miembros del cabildo eclesiástico y municipal que partiendo la Catedral se dirigían a la iglesia de San Pedro con objeto de celebrar y recordar el suceso de la Invención de las reliquias de los Santos Mártires cordobeses.
Avisado el obispo Fray Bernardo de Fresneda del hallazgo, mandó realizar las pertinentes indagaciones, en las que declararon muchos testigos. En las averiguaciones se recordó el marmolillo encontrado en su día, que en aquella fecha se encontraba en el Monasterio de los Santos Mártires y que estaba depositado en el lavadero. Se llevó dicho marmolillo y se vio que ajustaba al agujero del sepulcro, se limpio aquél quedando a la vista la siguiente inscripción, más otras que no pudieron identificarse por estar en mal estado de conservación:
“Sanctorum. Martirum. Xpti. Jesu Fausti et Martiais Aciscli. Zoili.”
Con este dato el obispo dispuso recoger todos los restos óseos depositándolos en un arca de tres llaves y que esta fuera custodiada en la capilla de Santa Lucía, mandando que nadie osara tocarla, e igualmente ordenó fueran restituidas las reliquias que se hubiesen llevado, como así sucedió, a excepción de un cráneo que estuvo perdido hasta 1616.
He aquí, por qué el 26 de noviembre de cada año se mantuvo durante siglos el solemne desfile procesional de los miembros del cabildo eclesiástico y municipal que partiendo la Catedral se dirigían a la iglesia de San Pedro con objeto de celebrar y recordar el suceso de la Invención de las reliquias de los Santos Mártires cordobeses.
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